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Infancia y adolescencia

El entendimiento actual de la niñez y la adolescencia es un desarrollo relativamente reciente. La importancia de estas etapas se reconoció al empezar a verlas como fundamentales para el desarrollo de la personalidad adulta.

En los inicios de la historia escrita, los niños carecían de derechos y su vida no era siempre valorada. Por ejemplo, en la Roma del siglo IV a.C., los padres podían decidir la vida de sus hijos deformes, ilegítimos o no deseados (deMause, 1974). No fue hasta el siglo XII que el infanticidio se clasificó como asesinato en Europa (deMause, 1974).

Durante la Edad Media, los niños eran vistos como adultos en miniatura, excepto en lo referente a la responsabilidad criminal en edades tempranas. La diferenciación entre los delitos cometidos por niños y adultos era prácticamente inexistente (Borstelmann, 1983).

El cambio en la percepción de los niños y su crianza comenzó entre los siglos XVII y XVIII, con el inicio de la educación escolar enfocada en principios morales e ideas religiosas, así como la enseñanza de habilidades como la lectura y la escritura. Esto no solo transformó a los niños en trabajadores más útiles, sino que también marcó el comienzo de un trato más amable y cariñoso hacia ellos (Aries, 1962).

El reconocimiento de la adolescencia como una etapa distinta ocurrió a principios del siglo XX (Hall, 1904), en parte debido a la complejidad creciente de la tecnología industrial y la consecuente necesidad de una fuerza laboral más preparada. Las leyes promulgadas a finales del siglo XIX que restringían el trabajo infantil y hacían obligatoria la educación escolar, junto con el aumento de graduados de secundaria después de la Segunda Guerra Mundial, contribuyeron a considerar a niños y adolescentes como una clase especial de individuos, pasando más tiempo entre iguales y experimentando una ampliación en sus experiencias escolares.

Las perspectivas filosóficas sobre la niñez evolucionaron significativamente durante los siglos XVII y XVIII, destacando 3 corrientes principales:

  • Doctrina del pecado original: Defendida por Thomas Hobbes (1588-1679), esta teoría sostiene que los niños son inherentemente egoístas, necesitando de la sociedad para imponerles restricciones y guiar su educación. Según esta visión, los niños son entidades pasivas que deben ser formadas por sus padres.
  • Pureza innata: Jean Jacques Rousseau (1712-1778) argumentaba lo contrario a Hobbes, creyendo que los niños nacen con un sentido intuitivo del bien y del mal, el cual es fácilmente corrompido por la sociedad. Rousseau abogaba por una educación más libre que permitiera al niño ser un agente activo en el desarrollo de su intelecto y personalidad, incentivando su exploración del entorno.
  • Doctrina de la tabla rasa: John Locke (1634-1704) proponía que la mente del niño era como una hoja en blanco, sin tendencias innatas. Abogaba por una crianza disciplinada que asegurara la adquisición de buenos hábitos en los infantes.

Orígenes de la psicología del desarrollo

La Psicología del Desarrollo nace a finales del siglo XIX y se considera a Hall como el fundador de la disciplina.

A finales del siglo XIX, surge un interés por estudios sistemáticos sobre los niños, marcando el comienzo de la psicología del desarrollo como ciencia. Investigadores comenzaron a observar el desarrollo de sus propios hijos, resultando en publicaciones conocidas como biografías de bebés.

Charles Darwin es uno de los biógrafos más destacados, quien registraba diariamente los progresos de su hijo, viendo en ellos reflejos de la evolución de las especies, aunque esta teoría es desacreditada hoy en día (Charlesworth, 1992).

A pesar de sus limitaciones metodológicas, estas biografías fueron cruciales para impulsar el estudio científico de la infancia.

Hall es reconocido como el fundador de la psicología del desarrollo, gracias a sus investigaciones a gran escala y la creación del cuestionario como herramienta para explorar la mente infantil (White, 1992). En 1904, publicó Adolescence, la primera obra que enfocó la atención en esta etapa como un período vital distinto.

En paralelo, Sigmund Freud, un joven neurólogo vienés, revolucionaba las concepciones sobre la niñez con la introducción del psicoanálisis. Sus observaciones sistemáticas de pacientes le permitieron destacar la importancia del desarrollo psicoemocional temprano en la aparición de neurosis futuras, contribuyendo significativamente al estudio de las fases sexuales y estimulando investigaciones posteriores sobre trastornos psíquicos ligados a problemas en etapas tempranas del desarrollo.

Las contribuciones de Freud y otros científicos fueron fundamentales para desarrollar teorías que reconocen la niñez y adolescencia como etapas críticas en el desarrollo humano.

Esto permitió que la psicología del desarrollo se consolidara como una disciplina con objetivos claros: describir, explicar y optimizar el desarrollo.