El yo
El concepto del yo, también llamado self, autoconcepto o identidad personal, es un elemento crucial en psicología de la personalidad. El yo es un integrador de las diversas dimensiones y procesos que caracterizan al individuo.
Conceptualización
Desde que William James introdujera el concepto del self en 1890, este concepto ha experimentado épocas de auge y declive en función de las corrientes predominantes. El conductismo, por ejemplo, relegó el interés por el yo, interés que se recuperó notablemente en los años 40 gracias a autores como Allport y Rogers.
Actualmente, el yo es visto como fundamental para entender al individuo y sus manifestaciones comportamentales, dado que organiza y da coherencia a las experiencias personales, permitiendo anticipar conductas propias y ajenas.
En psicología moderna, el yo se entiende desde una doble perspectiva:
- Yo como objeto: Conjunto de actitudes y sentimientos que el individuo tiene hacia sí mismo, siendo objeto de percepción y evaluación.
- Yo como sujeto: Capacidad activa de procesar experiencias, reflexionar sobre sí mismo y regular la conducta, garantizando una continuidad y coherencia a lo largo del tiempo.
Autores como McAdams (1990) destacan esta dualidad al indicar que el individuo es simultáneamente "historiador" y "historia", integrando experiencias pasadas y presentes con proyectos futuros (Bermúdez, 2003).
Modelos
Esquemas del self (Markus)
Según Markus (1977), el yo se estructura en esquemas, que son generalizaciones sobre uno mismo que orientan la atención del individuo hacia áreas significativas.
Markus identifica dos niveles de esquemas:
- Esquemas centrales: esenciales para definir la identidad personal, cognitivamente elaborados y resistentes, aunque con cierta flexibilidad para integrar cambios.
- Esquemas periféricos: menos definitorios y situacionales, con menor elaboración emocional y cognitiva.
Además, Markus introduce la dimensión temporal, diferenciando entre el self pasado, actual y futuros "posibles yoes", estos últimos vinculados a aspiraciones o miedos respecto al futuro, actuando como guía en la evaluación y planificación de conductas (Cross y Markus, 1994).
Autocomplejidad (Linville)
Linville (1985, 1987) aborda la organización del yo mediante la "autocomplejidad", que refiere al número y diferenciación de aspectos dentro del autoconcepto.
Cuanto más variados y diferenciados son estos aspectos, mayor es la autocomplejidad.
Este modelo sugiere que una alta complejidad protege contra el estrés y mantiene estabilidad emocional, mientras que una baja complejidad aumenta la vulnerabilidad a eventos negativos debido a la propagación emocional entre las facetas del yo.
Organización autoevaluativa (Showers)
Showers et al. (1992, 2007) proponen que la organización del yo depende de la valoración positiva o negativa que realiza la persona sobre sus características.
Identifican dos tipos de organización:
- Compartimentalizada: categorías separadas, cada una valorada exclusivamente positiva o negativamente.
- Integrada: categorías que combinan aspectos positivos y negativos, ofreciendo una imagen más equilibrada y estable del yo, que protege mejor el bienestar emocional ante situaciones adversas.
Teoría de la autodiscrepancia (Higgins)
Higgins (1987, 1989) propone una teoría que integra múltiples "yoes":
- Yo real: cómo me percibe actualmente.
- Yo ideal: cómo me gustaría ser.
- Yo del deber: cómo creo que debería ser según expectativas externas.
Las discrepancias entre estos yoes generan respuestas emocionales específicas, impulsando a la persona a reducirlas mediante ajustes conductuales o en las propias expectativas, buscando equilibrio emocional.
Dinámica afectivo-motivacional del yo
Dos procesos motivacionales claves están relacionados con el yo:
- Autoverificación: búsqueda de congruencia entre la percepción del yo y la información recibida del entorno para mantener una imagen coherente y predecible.
- Autoensalzamiento: mantener o elevar la autoestima mediante la selección de información positiva sobre sí mismo.
Ambos procesos coexisten y pueden entrar en conflicto, especialmente en personas con autoevaluaciones negativas, generando lo que Swann (1992) denomina fuego cruzado cognitivo-afectivo.
Correlatos cognitivos e interpersonales del yo
El autoconcepto afecta significativamente la forma en que el individuo procesa la información y establece relaciones interpersonales. Investigaciones de Markus y Wurf (1987) han evidenciado que:
- El yo influye en la sensibilidad, discriminación, recuerdo y resistencia a información incongruente.
- La categorización y evaluación de otros también está condicionada por los esquemas personales relevantes.
- Las personas tienden a interactuar preferentemente con individuos similares, validando así su autoconcepto.
La coherencia entre el yo percibido y el feedback externo es tan importante que, ante informaciones incongruentes, los individuos activan estrategias cognitivas o interpersonales para mantener la integridad del autoconcepto.
En definitiva, el yo actúa como núcleo integrador que facilita una identidad estable y una comprensión predictiva del comportamiento humano, sirviendo como fundamento esencial para la organización interna del individuo y su interacción con el mundo social.