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Prejuicios

Las teorías clásicas del prejuicio (Allport, 1954; Ashmore, 1970) han coincidido en conceptualizar el prejuicio como una actitud negativa hacia un grupo social y sus miembros, la cual incluye una triple dimensión: cognitiva, afectiva y conductual.

  • Componente cognitivo: estereotipo
  • Componente afectivo: prejuicio
  • Componente conductual: discriminación

Desde esta perspectiva tridimensional (Fiske, 1998), aunque no existe una correlación perfecta entre los tres componentes, se predice cierta consistencia entre ellos.

Un ejemplo de que la relación entre prejuicio y discriminación puede ser modulada por el contexto lo podemos encontrar en un experimento clásico llevado a cabo por Gaertner y Dovidio (1977). Los resultados pusieron de manifiesto que, cuando las participantes creían que nadie más podía asistir a la persona que se encontraba en apuros, era más probable que se le prestara ayuda, independientemente de que la persona ayudada fuera blanca o negra. Sin embargo, cuando las participantes creían que otras personas también podían dar socorro, la tendencia a ayudar a la persona negra fue menor que a la blanca (el 38% ayudó a la persona negra frente al 75% que ayudó a la blanca).

Estereotipos

Los estereotipos pueden ser considerados como un conjunto de creencias compartidas sobre las características y atributos de un grupo social determinado.

Por otra parte, el concepto de estereotipia se refiere al proceso mediante el cual asignamos los estereotipos y lo utilizamos en nuestras relaciones interpersonales e intergrupales con el fin de realizar juicios, hacer inferencias y/o predecir comportamientos (Morales y Moya, 1996)

Siguiendo a Tajfel (1981), las funciones de los estereotipos se pueden dividir en dos categorías diferentes: individuales y sociales.

  • Individuales: donde la función de los estereotipos es doble:
    • funciones cognitivas: permiten sistematizar y simplificar la complejidad y variedad de estímulos que provienen del mundo social a través de un proceso de categorización.
    • funciones motivacionales: sirven para proteger y afianzar nuestro sistema de valores.
  • Sociales: donde los estereotipos tienen la función de salvaguardar los intereses colectivos del grupo al que se pertenece. En esta dimensión, podemos identificar tres funciones:
    • Identificación social positiva
    • Justificación de las acciones contra otros grupos
    • Explicación de la realidad social
homogeneidad exogrupal

Es un sesgo que consiste en la tendencia a valorar a los miembros de otros grupos (exogrupo) como más semejantes entre sí que los miembros del propio grupo (endogrupo). Una explicación de este sesgo es que conocemos por experiencia directa a muchos miembros de nuestros propios grupos, mientras que el conocimiento de los miembros de otros grupos puede ser menos directa y más basada en el aprendizaje cultural indirecto

Jost y Banaji (1994) han ido más allá de la propuesta de Tajfel en lo que respecta a la función social de los estereotipos sugiriendo que, además de la justificación individual y grupal que éstos suponen, también cumplirían una función ideológica.

Adquisición de estereotipos

Aprendemos los estereotipos a través de nuestro proceso de socialización mediante diferentes vías (Silván, Cuadrado, y López-Sáez, 2009). Por ejemplo, a través de mecanismos de transmisión de la información, bien por nuestros padres, amigos, o por diferentes canales sociales (como los medios de comunicación). Otra vía la representa el contacto directo con los grupos estereotipados, es decir, nuestras propias vivencias y experiencias personales. Por otra parte, es importante tener en cuenta la influencia del factor motivacional. En este sentido, aprenderemos principalmente aquellos estereotipos que nos ayuden a conseguir nuestros intereses (Silván et al., 2009).

Prejuicio

El término prejuicio proviene del latín prue-judicium, que significa juicio previo. En este sentido, el prejuicio ha sido considerado clásicamente como una actitud de carácter negativo hacia un grupo social concreto (Allport, 1954).

El prejuicio se ha asociado a consecuencias negativas en las relaciones intergrupales, tales como guerras, actos de violencia física, intolerancia extrema e incluso ha servido para explicar el genocidio.

El prejuicio representa una inquietante paradoja (Hogg y Vaughan, 2010), es socialmente inconveniente pero impregna nuestra vida social.

Teorías de personalidad

Hipótesis de la frustración-agresión (Dollard et al, 1939)

La teoría de la frustración-agresión, desarrollada por Dollard y colaboradores en 1939, se fundamenta en la psicoanálisis y postula que la mente humana posee una cantidad limitada de energía psíquica para sus actividades. Esta energía se disipa al alcanzar objetivos, pero la frustración de no lograrlos retiene la energía, generando un desequilibrio que suele manifestarse en comportamientos agresivos.

La teoría destaca que la agresión, incapaz de dirigirse a su causa original, puede desplazarse hacia un blanco más accesible, como un grupo más débil, convirtiéndolo en chivo expiatorio.

Se ha usado esta hipótesis para explicar la agresión y violencia intergrupal ligada a prejuicios. Sin embargo, tiene limitaciones, como que la agresión no siempre sigue a la frustración y no define claramente las características de un chivo expiatorio. Además, al centrarse en procesos individuales, no explica completamente la agresión intergrupal y el surgimiento de sentimientos negativos compartidos hacia otros grupos sociales.

Hipótesis de la personalidad autoritaria (Adorno et al, 1950)

En contraste, la hipótesis de la personalidad autoritaria, propuesta por Adorno y colaboradores en 1950, argumenta que solo individuos con ciertas características de personalidad están predispuestos a prejuicios.

Esta personalidad se define por rasgos como la necesidad de estatus elevado, respeto a la autoridad, intolerancia a la ambigüedad, dificultades para la intimidad, y la tendencia a desplazar el enfado hacia los más débiles.

Se plantea que este perfil se desarrolla desde la infancia, especialmente en ambientes donde predomina la coerción y el cariño se obtiene por obediencia total. Según esta teoría, el resentimiento hacia figuras de autoridad se reprime y se proyecta hacia otros más débiles, manteniendo una imagen idealizada de los padres, lo que lleva a la personalidad autoritaria caracterizada por prejuicios hacia grupos marginados y respeto a la autoridad.

A pesar de su relevancia en estudios como el racismo, esta teoría también presenta limitaciones, como la variabilidad de actitudes y comportamientos que desafían la idea de una personalidad estable, y la falta de consideración hacia factores situacionales y sociales en la formación de prejuicios y discriminación.

Teorías de carácter socio-cultural

Las teorías de carácter socio-cultural son enfoques socio-culturales importantes en psicología que enfatizan los procesos sociales y las relaciones intergrupales.

Teoría del conflicto realista (Sheriff, 1966)

La teoría del conflicto realista, basada en estudios de Sherif en campamentos de verano, muestra cómo la competición por objetivos mutuamente excluyentes entre grupos puede generar prejuicios y hostilidad intergrupal. Esta teoría se confirmó tanto en niños como en adultos.

Sherif encontró que la competición generaba solidaridad dentro de los grupos y hostilidad entre ellos. La estrategia más efectiva para reducir este conflicto fue fomentar objetivos superiores que requerían cooperación entre los grupos. A pesar de su utilidad, esta teoría tiene limitaciones, como la presencia de prejuicios incluso en ausencia de competición directa por recursos.

Teoría de la identidad social

Por otro lado, la teoría de la identidad social propone que las personas buscan una identidad social positiva derivada de la pertenencia a un grupo. Esta identidad social no solo define quiénes somos y cómo valoramos nuestro grupo, sino que también influencia nuestros pensamientos y acciones conforme a las normas del grupo.

La identidad social positiva se logra a través de comparaciones favorables entre nuestro grupo y otros, lo que lleva al favoritismo endogrupal incluso sin competición por objetivos. Cuando hay desequilibrio de poder entre grupos, pueden surgir identidades sociales negativas.

Los individuos pueden adoptar diferentes estrategias para alcanzar una identidad social positiva, dependiendo de sus creencias sobre la movilidad y el cambio social entre grupos.

  • Creencias de movilidad social: implican la percepción de que es posible cambiar de grupo para mejorar nuestra identidad social. Si un grupo actual no contribuye a una identidad positiva, las personas pueden optar por integrarse en otro grupo con un estatus más alto. Este concepto es fundamental en las políticas democráticas occidentales, donde se valora y fomenta la movilidad social.
  • Creencias de cambio social: surgen cuando el cambio de grupo se ve como imposible. Aquí, las personas pueden recurrir a dos estrategias principales: la creatividad social y la competencia social.
    • La creatividad social involucra mecanismos cognitivos para redefinir la percepción del propio grupo en comparación con otros. Esto puede incluir la búsqueda de nuevas dimensiones de comparación donde el endogrupo sobresalga, cambiar el grupo de comparación por uno que favorezca más al endogrupo, o redefinir el valor de las dimensiones comparativas ya existentes. Por ejemplo, en tiempos de crisis económica, un país puede compararse favorablemente con naciones en situaciones similares o peores, o valorar aspectos culturales o sociales positivos que no estén relacionados con la economía
    • La competencia social, en cambio, implica un conflicto intergrupal directo. En este escenario, los miembros del grupo buscan superar al exogrupo en dimensiones donde se perciben inferiores. Este enfoque a menudo conduce a movimientos sociales como protestas políticas, guerras y otras formas de acción colectiva, surgiendo en situaciones donde se busca activamente mejorar la posición del propio grupo frente a otros.

Teoría de la categorización del yo (Turner, 1985)

Esta teoría sugiere que el comportamiento grupal surge a través de un cambio en el autoconcepto, que se desplaza de los aspectos personales a los sociales.

Este cambio conduce a que las personas se identifiquen menos como individuos únicos y más como miembros de una categoría social o grupo, un proceso conocido como despersonalización. La despersonalización hace que tanto nosotros como los otros seamos definidos por las características prototípicas de nuestros grupos respectivos.

Estas características son aquellas que describen y distinguen a un grupo de otros grupos relevantes. Cuando las características asociadas a un grupo externo (exogrupo) son percibidas negativamente, la despersonalización puede llevar a prejuicios y discriminación contra sus miembros.

En este contexto, aunque la despersonalización y la deshumanización son conceptos distintos, la primera puede facilitar la segunda, como señalan Hogg y Vaughan (2010). La despersonalización lleva a ver a los miembros de un exogrupo no como individuos con sus características únicas, sino meramente como representantes de ese grupo.

Perspectiva evolucionista

Desde la perspectiva evolucionista propone que el prejuicio y la discriminación pueden ser consecuencias de mecanismos psicológicos evolutivos. Estos mecanismos habrían proporcionado ventajas adaptativas a nuestros ancestros al protegerlos de amenazas externas. Cuando nos enfrentamos a situaciones potencialmente amenazantes, como una persona desconocida acercándose de manera abrupta, es común experimentar reacciones emocionales y cognitivas negativas. Esta respuesta podría haber sido útil en la evolución humana para protegernos de diversas amenazas.

Las amenazas incluyen peligros a la integridad física, como ataques de miembros de otros grupos; peligros contra los recursos del propio grupo, como el robo de alimentos, territorio o pertenencias; y amenazas a la salud, como la exposición a enfermedades llevadas por otros grupos.

La activación de emociones negativas y la preparación para conductas hostiles o discriminatorias en respuesta a señales amenazantes de otros grupos podrían haber sido cruciales para la supervivencia y el éxito evolutivo. En este sentido, el prejuicio y la discriminación pueden verse como mecanismos de defensa heredados que originalmente sirvieron para proteger a los individuos y sus grupos de amenazas externas, según plantean Silván et al. en 2009.

Discriminación

La discriminación puede manifestarse de múltiples maneras, cada una con sus características y efectos específicos. El racismo y el sexismo son dos áreas donde estos patrones de discriminación se han examinado con mayor profundidad, proporcionando una comprensión detallada de cómo el prejuicio se traduce en acciones concretas.

Sexismo

El sexismo se define como actitudes y comportamientos discriminatorios basados simplemente en la pertenencia de una persona a un género específico. Históricamente, la mayor parte de la investigación en este campo se ha centrado en el prejuicio y la discriminación contra las mujeres, debido en gran parte a su histórica posición de menor poder en ámbitos como el trabajo y la política.

Teoría del rol social de género (Eagly, 1987)

La teoría del rol social de género, propuesta por Eagly en 1987, argumenta que los estereotipos de género se originan en los distintos roles que hombres y mujeres han desempeñado históricamente.

Estos roles han creado creencias específicas sobre las características y comportamientos esperados de cada género. Por ejemplo, se espera que las mujeres se enfoquen en el cuidado y la atención a los demás, mientras que se asocia a los hombres con el poder, la autoridad y la competencia.

Teoría de la congruencia del rol (Eagly y Karau, 2002)

La teoría de la congruencia del rol, desarrollada por Eagly y Karau en 2002, sostiene que la discriminación ocurre cuando hombres y mujeres adoptan comportamientos que no se alinean con sus roles de género tradicionales, como en el caso de mujeres en posiciones de liderazgo.

Teoría del sexismo ambivalente (Glick y Fiske, 1996)

Los estereotipos de género están evolucionando debido a los cambios en los roles que desempeñan las mujeres. En algunas sociedades occidentales, el sexismo es ahora considerado ilegal e inaceptable, lo que ha dado lugar a nuevas formas de sexismo, como el sexismo ambivalente. Esta forma de sexismo es más sutil y encubierta, pero sigue siendo una base importante para las conductas discriminatorias dirigidas hacia las mujeres en la actualidad.

La teoría del sexismo ambivalente, propuesta por Glick y Fiske en 1996, identifica dos formas distintas de sexismo:

  • El sexismo hostil se caracteriza por actitudes negativas hacia mujeres que no se ajustan a los roles de género tradicionales, como profesionales, feministas o lesbianas.
  • El sexismo benevolente se define por actitudes aparentemente positivas hacia mujeres que sí cumplen con estos roles tradicionales, como las que son percibidas como "sexys" o aquellas que son amas de casa.

A pesar de que el sexismo hostil y el benevolente parecen diferir en su connotación subjetiva (uno negativo y el otro positivo), ambos tipos de sexismo comparten el objetivo común de mantener la desigualdad de género. Así, tanto el sexismo hostil como el benevolente son formas de discriminación que perpetúan y refuerzan las estructuras de poder desiguales basadas en el género.

Racismo

El racismo, definido como el prejuicio y discriminación basados en la raza o etnia, ha sido objeto de amplia investigación, particularmente en el contexto de Estados Unidos con un enfoque en la discriminación hacia las personas negras. Aunque los estereotipos negativos sobre los afroamericanos han disminuido, el racismo persiste en formas más sutiles y encubiertas, desafiando la creencia de que se está disipando en las sociedades occidentales industrializadas.

Racismo aversivo (Gaertner y Dovidio, 1986)

El racismo aversivo sugiere que la discriminación ocurre cuando los valores igualitarios son débiles.

Racismo moderno o simbólico (Kinder y Sears, 1981)

El racismo moderno o simbólico atribuye el prejuicio hacia los afroamericanos no a cuestiones raciales, sino a una supuesta negativa a aceptar valores como el trabajo duro.

Racismo ambivalente (Katz y Hass, 1988)

El racismo ambivalente, similar al sexismo ambivalente, sugiere la coexistencia de actitudes positivas y negativas hacia otras razas, llevando a comportamientos inestables y a menudo extremos.

Prejuicio manifiesto vs. sutil (Pettigrew y Meertens, 1995)

En Europa, Pettigrew y Meertens distinguieron entre prejuicio manifiesto y sutil.

  • El prejuicio manifiesto se expresa en un rechazo directo y abierto
  • El prejuicio sutil se justifica mediante la defensa de valores tradicionales y una percepción exagerada de las diferencias culturales.

Este último es particularmente peligroso, ya que las personas que lo albergan pueden no considerarse prejuiciadas, pero aun así ejercen conductas discriminatorias.